martes, 14 de julio de 2015
la elite kiera cass capitulo 12
Tanto las heridas de Celeste como las mías eran de poca importancia, así que al cabo de una hora ya
estábamos de vuelta en nuestras habitaciones. Nos dieron el alta con unos minutos de diferencia, para que
no tuviéramos que salir juntas, cosa que agradecí enormemente.
Cuando doblé la esquina, en lo alto de las escaleras, vi que un guardia venía en mi dirección. Aspen.
Aunque ahora estaba más fuerte y robusto, a causa del entrenamiento, reconocí su forma de caminar y su
silueta, y otras mil cosas que llevaba muy dentro de mí.
Cuando se acercó, se detuvo para hacerme una reverencia innecesaria.
—El frasco —susurró, y en cuanto volvió a erguirse reemprendió su camino.
Abrí la puerta y me encontré, entre la sorpresa y el alivio, con que ninguna de mis tres doncellas
estaba allí. Me dirigí al frasco que tenía en mi mesita de noche y vi que el céntimo que había dentro tenía
compañía. Abrí la tapa y saqué de su interior una hoja de papel doblada. Qué inteligente por su parte.
Mis doncellas probablemente no lo habrían visto; y si lo hubieran visto, nunca se les habría ocurrido
invadir mi intimidad.
Desplegué la nota y leí una lista de instrucciones muy claras. Al parecer, aquella noche Aspen y yo
teníamos una cita.
Las indicaciones eran complicadas. Di un rodeo para llegar a la primera planta, donde tenía que
buscar una puerta junto a un jarrón de metro y medio de altura. Recordaba aquel jarrón de algún paseo
anterior por el palacio. ¿Qué flor había en el mundo que pudiera necesitar un recipiente tan grande?
Encontré la puerta y miré alrededor para comprobar que nadie me viera. Nunca me había encontrado
tan libre de la vigilancia de los guardias. No había nadie a la vista. Abrí la puerta lentamente y me colé
dentro. La luna brillaba a través de la ventana, llenando la estancia de una suave luz. Aquello me ponía
un poco nerviosa.
—¿Aspen? —susurré en la oscuridad, sintiéndome tonta y asustada a la vez.
—Como en los viejos tiempos, ¿eh? —dijo su voz, aunque a él no lo veía.
—¿Dónde estás? —pregunté, achinando los ojos para intentar distinguir su silueta. Entonces, a la luz
de la luna, la sombra de una gruesa cortina se movió y él apareció tras ella—. Me has asustado —me
quejé, medio en broma.
—No sería la primera vez, y no será la última —contestó, y por su voz supe que sonreía.
Me acerqué a él, tropezando con todos los obstáculos posibles.
—¡Chis! Todo el mundo se enterará de que estamos aquí si no dejas de tirar cosas —protestó, pero
estaba claro que bromeaba.
—Lo siento —dije, reprimiendo una risita—. ¿No podemos encender una luz?
—No. Si alguien ve una luz por debajo de la puerta, podrían descubrirnos. No pasan mucho por este
pasillo, pero prefiero ir con cuidado.
—¿Cómo has sabido de la existencia de esta habitación? —pregunté, acercándome y estableciendo
contacto por fin con los brazos de Aspen.
Él tiró de mí, abrazándome, y me llevó hacia la esquina más alejada.
—Soy guardia —dijo, simplemente—. Y se me da muy bien mi trabajo. Conozco todo el recinto del
palacio, por dentro y por fuera. Hasta el último pasaje, todos los escondrijos y hasta la mayoría de las
habitaciones secretas. También sé los turnos de los guardias que hay, qué zonas son las menos vigiladas y
los momentos del día en que hay menos personal. Si alguna vez quieres moverte a escondidas por el
palacio con alguien, soy la persona ideal.
—Increíble —murmuré.
Nos sentamos tras el amplio respaldo de un sofá, sobre una alfombra hecha de luz de luna. Por fin
pude verle la cara.
—¿Estás seguro de que no corremos peligro? —a poco que dudara, estaba dispuesta a salir corriendo
de allí. Por el bien de ambos.
—Confía en mí, Mer. Tendrían que pasar un número extraordinario de cosas para que alguien nos
encontrara aquí. Estamos a salvo.
Yo seguía preocupada, pero necesitaba tanto que me reconfortaran que me dejé llevar.
Él me rodeó con el brazo y me sujetó.
—¿Cómo estás?
Suspiré.
—Bien, supongo. He estado muy triste, y muy enfadada. Me gustaría retroceder dos días en el tiempo
y recuperar a Marlee. Y también a Carter; ni siquiera pude conocerlo.
—Yo sí —dijo él, con un suspiro—. Es un tipo estupendo. He oído que durante el tiempo que duró el
castigo no dejó de decirle a Marlee que la quería, para ayudarla a soportarlo.
—Es verdad. Al menos al principio. A mí me echaron antes de que acabara.
Aspen me besó en la cabeza.
—Sí, eso también lo he oído. Estoy orgulloso de que te rebelaras de aquella manera. Esa es mi chica.
—Mi padre también estaba orgulloso. La reina me dijo que no debía haber actuado de ese modo, pero
que estaba contenta de que lo hubiera hecho. No sé qué pensar. Es como si hubiera estado bien y mal a la
vez, y además no sirvió para nada.
—Sí sirvió —dijo Aspen, abrazándome con más fuerza—. Significó mucho para mí.
—¿Para ti?
Suspiró.
—A menudo me pregunto si la Selección te habrá cambiado. Te están cuidando constantemente, y
tienes todos esos lujos… No dejo de pensar si aún seguirás siendo la misma America. Eso me hizo ver
que sí, que todo esto no te ha afectado.
—Bueno, sí que me ha afectado, pero no en ese sentido. En realidad, este lugar me hace pensar que
yo no nací para esto.
Hundí la cabeza en el pecho de Aspen, allí donde solía resguardarme cuando las cosas iban mal.
—Escucha, Mer, lo que tiene Maxon es que es un gran actor. Siempre pone esa cara perfecta, como si
estuviera por encima de todo. Pero no es más que una persona, y tiene los mismos problemas que
cualquiera. Sé que le aprecias, porque, si no, no seguirías aquí. Pero tienes que saber que no es real.
Asentí. Maxon siempre sabía lo que tenía que decir, y mantenía la compostura en todo momento.
¿Sería así siempre? ¿Actuaba también cuando estaba conmigo? ¿Cómo iba a saberlo?
—Es mejor que lo sepas ahora —prosiguió Aspen—. ¿Y si te casas y luego descubres que era así?
—Tienes razón. Yo también lo he estado pensando.
Las palabras de Maxon en la pista de baile resonaban sin parar en mi cabeza. Parecía segurísimo de
nuestro futuro, dispuesto a darme tanto… Me había hecho creer que lo único que deseaba era mi
felicidad. ¿No se daba cuenta acaso de lo infeliz que era en aquellos momentos?
—Tú tienes un gran corazón, Mer. Sé que hay cosas que no puedes cambiar, pero me gusta que aun así
quieras hacerlo. Eso es todo.
—Me siento tan tonta… —susurré. De pronto tuve ganas de echarme a llorar.
—Tú no eres tonta.
—Sí que lo soy.
—Mer, ¿tú crees que yo soy listo?
—Claro.
—Eso es porque lo soy. Y soy demasiado listo como para enamorarme de una tonta. Así que ya
puedes dejar de decir esas tonterías.
Solté una risita y dejé que Aspen me abrazara.
—Tengo la impresión de que te he hecho mucho daño. No entiendo cómo puedes seguir enamorado de
mí —confesé.
Él se encogió de hombros.
—Así son las cosas. El cielo es azul, el sol brilla y Aspen está irremediablemente enamorado de
America. Así es como diseñaron el mundo. Ahora en serio, Mer: eres la única chica a la que he amado.
No puedo imaginarme con ninguna otra. He estado intentando prepararme para eso, por si acaso, y… no
puedo.
Nos quedamos allí sentados un momento, abrazándonos. Cada roce de sus dedos, la calidez de su
aliento en mi cabello… era como una medicina para mi corazón.
—No deberíamos quedarnos aquí mucho más —dijo por fin—. Confío bastante en mis cálculos, pero
no quisiera arriesgar más de lo debido.
Suspiré. Era como si acabáramos de llegar allí, pero probablemente tenía razón. Hice ademán de
ponerme en pie, y Aspen se levantó de un salto para ayudarme. Tiró de mí y me dio un último abrazo.
—Sé que es difícil de creer, pero siento mucho que Maxon resultara ser tan mal tipo. Yo quería que
volvieras, pero no que lo pasaras mal. Y sobre todo no de este modo.
—Gracias.
—Lo digo de verdad.
—Lo sé —Aspen tenía sus defectos, pero no era un mentiroso—. Pero esto no ha acabado. No
mientras siga aquí.
—Sí, pero te conozco. Lo sobrellevarás para que tu familia siga cobrando su dinero y para poder
verme, pero él tendría que deshacer el pasado para arreglar esto.
Solté un suspiro. Así era. Mi desapego hacia Maxon crecía y crecía; era como si me estuviera
escurriendo de entre sus manos.
—No te preocupes, Mer. Yo cuidaré de ti.
Aspen no tenía forma de demostrar eso en aquel momento, pero le creí. Haría lo que fuera por sus
seres queridos, y yo no tenía ninguna duda de que yo era la persona que él más quería.
La mañana siguiente estuve como en las nubes, con la mente puesta en Aspen durante todos los
preparativos, el desayuno y mis horas en la Sala de las Mujeres. Estaba en mi mundo, lejos de todo, hasta
que un montón de papeles sobre la mesa me hicieron volver al mundo real.
Levanté la vista y vi a Celeste, que me miraba con una mueca de satisfacción. Señaló una de las
revistas de cotilleos, abierta por una página doble. No tardé ni un segundo en reconocer el rostro de
Marlee, aunque estaba desfigurado por el dolor de los azotes.
—Pensé que debías ver esto —dijo ella, y se alejó.
No estaba muy segura de qué quería decir, pero tenía tantas ganas de saber algo sobre Marlee que me
lancé a leer la revista:
De todas las grandes tradiciones de nuestro país, quizá ninguna despierte tanta expectación y resulte tan
emocionante como la Selección, creada específicamente para traer alegría a un país sumido en la tristeza.
Parece que todo el mundo disfruta presenciando la gran historia de amor de un príncipe y su futura
princesa. Cuando Gregory Illéa ascendió al trono, hace más de ochenta años, y su hijo, Spencer, murió
repentinamente, todo el país se puso de luto por la pérdida de un joven tan enigmático y prometedor.
Cuando se decidió que su hijo menor, Damon, heredaría el trono, muchos se preguntaron si, a sus
dieciocho años, estaría preparado. Pero Damon sabía que estaba listo para entrar en la vida adulta, y se
decidió a demostrarlo con el mayor compromiso de la vida: el matrimonio. A los pocos meses nació la
Selección, y todo el país se animó ante la posibilidad de que una chica del pueblo se convirtiera en la
primera princesa de Illéa.
No obstante, desde entonces, la efectividad de la competición no ha cesado de sorprendernos. Aunque en
el fondo se base en una idea romántica, hay quien dice que es injusto obligar a los príncipes a casarse
con mujeres de una posición inferior, aunque nadie puede negar las aptitudes y la belleza de nuestra reina
actual, Amberly Station Schreave. Algunos aún recuerdan los rumores sobre Abby Tamblin Illéa, de
quien se dice que envenenó a su marido, el príncipe Justin Illéa, solo unos años después de casarse, para
después contraer matrimonio con el primo de este, Porter Schreave, y mantener así la línea familiar de la
dinastía intacta.
Aunque aquel rumor nunca se confirmó, lo que está claro es que esta vez la conducta de las mujeres en el
palacio también ha dado lugar a escándalos. Marlee Tames, ahora convertida en una Ocho, fue
sorprendida en un vestidor con un guardia que la desnudaba, el lunes por la noche, tras el baile de
Halloween que se había organizado como acto destacado de la programación de la Selección. El
esplendor de la fiesta quedó eclipsado del todo por la irrespetuosa conducta de la señorita Tames, que
sumió el palacio en el caos a la mañana siguiente.
Pero aparte de las acciones inexcusables de la señorita Tames, se dice que quizá las chicas que queden
en palacio tampoco sean dignas de la corona. Una fuente sin identificar informa de que algunas de las
jóvenes de la Élite están discutiendo constantemente, y que no hacen casi ningún esfuerzo por cumplir con
sus obligaciones. Todo el mundo recuerda la expulsión de Anna Farmer a principios de septiembre,
después de atacar deliberadamente a la encantadora Celeste Newsome, modelo de Clermont. Y nuestra
fuente confirma que ese no ha sido el único encontronazo físico surgido en el seno de la Élite, lo que
obliga a este reportero a cuestionar la valía del grupo de chicas elegido para el príncipe Maxon.
Cuando preguntamos al rey Clarkson por estos rumores, el monarca se limitó a decir: «Algunas de las
chicas proceden de castas menos refinadas y no están acostumbradas a la conducta que se espera en el
palacio. Está claro que la señorita Tames no estaba preparada para convertirse en una Uno. Mi esposa
tiene unas cualidades especialmente brillantes y es una de las raras excepciones a la norma de las castas
bajas. Siempre se ha esmerado para alcanzar el nivel que corresponde a una reina, y sería difícil
encontrar a alguien más apta para el trono. Pero en el caso de algunas de las chicas de las castas más
bajas que quedan en la actual Selección, lo cierto es que no podemos decir que esperemos tanto de
ellas».
Aunque Natalie Luca y Elise Whisks son Cuatros, siempre han estado a la altura y han mostrado una
conducta exquisita de cara al público, en particular Lady Elise, que es una joven bastante sofisticada.
Tenemos que suponer que nuestro rey se refiere a America Singer, la única Cinco que queda desde el
inicio de la Selección. Es guapa, pero quizá no lo que espera Illéa de su nueva princesa. De vez en
cuando nos divierte con sus entrevistas en el Capital Report, pero lo que necesitamos es una nueva líder,
no una cómica.
También resulta inquietante la noticia de que la señorita Singer intentó liberar a la señorita Tames
durante la ejecución de su castigo, lo que a la vista de este reportero la convierte en cómplice de los
actos de traición perpetrados por su amiga, al serle infiel a nuestro príncipe.
Con todo ello (y ahora que la señorita Tames ya no es la favorita del público), cabe plantearse una
pregunta: ¿quién debería ser la nueva princesa?
Una encuesta rápida entre nuestros lectores nos ha confirmado lo que ya sospechábamos: felicitamos a
las señoritas Celeste Newsome y Kriss Ambers por su empate en la primera posición de nuestra encuesta.
Elise Whisks está en tercer lugar, y Natalie Luca la sigue de cerca. En quinta posición, a mucha distancia
de la cuarta, aparece (como no podía ser de otro modo) America Singer.
Creo que hablo por toda Illéa al animar al príncipe Maxon a que se tome su tiempo para encontrar una
buena princesa para el país. Hemos evitado por poco una opción desastrosa al descubrir la verdadera
naturaleza de la señorita Tames antes de que tuviera ocasión de ponerse la corona. Quienquiera que sea
la escogida, príncipe Maxon, asegúrese de que se merece el puesto. ¡Que también se gane el amor del
pueblo!
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